El punto de apoyo que se convirtió en mi punto de partida y de referencia en la vida

Por Felicitas Estrada Banquer

He aquí el relato de una persona a la que admiro, de la cual heredo un patrimonio espiritual y material basado en el sacrificio. Una fé y una tradición forjada en la dificultad resuelta con mucho empeño. Una historia y una tierra regada con la sangre generosa de las noches sin dormir, los esfuerzos sobrehumanos y un castigo evidente sobre el cuerpo de un simple hombre, que con su complejidad y sencillez me enseño que quienes olvidan sus orígenes, necesidades y objetivos pierden la fuente inspiradora de sus actos y extravían sus destinos.

Ese destino, que mal encarado nos lleva a vivir en el fuego de la ignorancia, por eso de vos aprendí a rechazar las resignaciones que nos provienen de nuestra carne de humanos, rechazando los desmadres para no convertirnos en espíritus cautivos de los deseos y placeres mundanos, vencer el miedo, hijo desmedido del amor a la vida que encoje el corazón dentro del pecho. Es el camino que muy paciente y cortésmente me enseñaste sin esperar nada a cambio, más que la virtud de la gratitud que a cada momento te recuerdo.

La historia de “nuestro momento” en esta tierra enfrenta una lucha salvaje en la que no se reconocen límites morales ni naturales por parte del exterior que nos rodea, que se realiza más allá del bien y del mal, que excede el nivel humano aunque sean personas los que lo provocan. Pese a todo, nos mantenemos unidos contra ese afuera al que le damos batalla. No ver o no querer ver, no es simplemente ceguera, sino la más grande ofensa a Dios y a la vida, esa vida que es exigencia y es imperativa. Que ha sido, es y será la razón suprema que inspirara nuestras acciones tanto en lo simple como en lo complejo, en lo lindo y en lo feo. Solo así tendremos el honor de ser “nosotros”.

Esta lucha diaria reconocerá un solo limite, el límite de nuestra vida en la muerte, sublime paradoja en donde el máximo dolor físico que es la muerte, se confunde con el más preciado bien del espíritu que es pasar por la vida y dejar algo sin esperar nada a cambio, lo que sin duda nos llevara al encuentro del bien supremo que es Dios, en su infinita grandeza, en su infinita perfección y en la eternidad de su tiempo. A ese nuestro Dios, me enseñaste a pedirle que nos de coraje para servir a la vida y predisposición natural para luchar siempre por la justicia y la libertad de la que el mundo nos busca privar, coraje para aceptar con orgullo la adversidad y con humildad la victoria, pero dejando siempre en ambas la mente, el espíritu, la fe y aun nuestra propia vida por la que tanto peleamos. Y finalmente coraje para tener la humildad de la verdadera grandeza, la imparcialidad de la verdadera sabiduría y la mansedumbre de la verdadera fuerza.

Solo así sabremos perpetuar gloriosamente lo “nuestro”. Aunque mañana la biología modifique nuestro reflejo, el sol y la lluvia apaguen nuestras rutinas, perdurara por siempre en las páginas del libro de la vida que con honor, sencillez y bravura nosotros supimos moderar un pasado, presente y futuro, que hoy se erigen en el valor más importante que tenemos: Lo “nuestro”, un patrimonio virtuoso y un pequeño gran templo de Dios.

Pase lo que pase, pase lo que tenga que pasar: GRACIAS, TE AMO, SIEMPRE.

Feliz cumpleaños, larga vida Julián.

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